había llegado la tarde; casas como dislocadas de su sitio, asfalto, raíles, formaban la concha fría de la ciudad. la concha madre, llena de agitación humana, infantil, alegre e iracunda. donde una gota comienza como una gotita, chispea y chisporretea; comienza con una pequeña explosión, las paredes la absorben y la refrescan, se hace más suave, más inmóvil, cuelga tiernamente de la concha madre y al fin se solidifica allí en un granito compacto.

¿porqué no me he hecho peregrino? pensó de repente ... veía delante de sí una vida pura, sin compromiso, fresca y consuntiva, como aire limpio; el que no quiere dar su sí a la vida debería, por lo menos, pronunciar el no de los santos; todavía era imposible pensar sobre ello en serio. tampoco podía dedicarse a la aventura, si bien ésta es una profesión que trasforma la vida en una especie de noviazgo indefinido y sus miembros, así como su ánimo, sienten ése placer. no había podido hacerse poeta, ni ser uno de los desengañados que sólo creen en el dinero y en la violencia, aunque tengan cualidades para todo.

olvidó su edad, se imaginó tener veinte años; a pesar de todo, estaba íntimamente convencido de que no llegaría a ser nada de aquello; todo le atraía algo, pero una fuerza mayor le impedía alcanzarlo. ¿porqué vivía oscuro e indeciso? ... sin saber porqué, se puso triste y pensó: no me amo a mí mismo. sintió palpitar su corazón en el cuerpo congelado y petrificado de la ciudad. había dentro de él algo que no quería parar en ningún sitio, había andado a tientas a lo largo de los muros del mundo pensando que todavía había millones de otros muros, aquella ridícula gota del yo que se iba enfriando poco a poco y no quería entregar su fuego, el minúsculo núcleo ardiente.

robert musil.- el hombre sin atributos.

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